martes, febrero 28, 2006

Tierra Prometida

De los ensayos escritos para los ingenuos deseos de fin de año... Es interesante releerlos ahora que todo está peor que antes...

Lejos de augurar pronósticos negativos para 2006, no deja de ser una costumbre quizás ingenua la de esperar, a finales de cada año, la felicidad que ni este ni los años anteriores trajeron. Y no se trata de caer en un fácil pesimismo, pero tampoco es cuestión dejarse llevar por anhelos efímeros que poco tienen que ver con la realidad concreta.
Que un nuevo año llega con nuevas posibilidades, proyectos y codos en el camino es cierto. Que cada 31 de diciembre miramos hacia atrás y esperamos un futuro mejor también es cierto. Sin embargo, es posible que esa alegre esperanza no se concrete.
El mismo concepto de esperanza implica la posibilidad de que aquello que se espera, tal vez nunca llegue. Quizás la esperanza no sea tanto la fuerza para iniciar nuevos proyectos, sino la fortaleza para resistir esa decepción. De hecho, el contexto de la esperanza es, justamente, la ausencia del bien esperado. Sólo se puede tener esperanza cuando se sabe que no se vive en el mejor de los mundos posibles y que, a su vez, se es consciente de que lo malo no es definitivo, aunque el cambio no dependa de la propia voluntad.
Justamente, la esperanza sólo es tal en tanto se espera en aquello que escapa de las propias fuerzas. Es decir, no se tiene esperanza de las realidades que se encuentran bajo el propio control, sino de aquello que no está por entero bajo los deseos y designios personales.
Esperanza es continuar creyendo en la utopía sabiéndonos desencantados. Claudio Magris, un escritor italiano que ha publicado varias novelas y ensayos, relaciona estos dos conceptos: la utopía y el desencanto. No se refiere a la utopía como una definición de la realidad, sino como una dirección de la voluntad que se resiste a dar por concluido el asunto del mundo. No se trata de la realización concreta del ideal, sino de la vigilante paciencia de dejar que las cosas pasen y esperar en ellas. El desencanto, a su vez, significa saber que quizás el cambio nunca llegue, le otorga a la extrema altura del ideal utópico un necesario y sensato pesimismo.
Y menciona al Quijote y a su fiel escudero como ejemplos de la mutua dependencia de la utopía y el desencanto. Es el enloquecido caballero quien representa a la utopía empeñado en creer que la bacía del barbero es el yelmo de Mambrino y la fea posadera es la encantadora Dulcinea. La imaginación del Quijote sería definitivamente peligrosa si no tuviera el necesario desencanto de Sancho Panza que, aún sabiendo que se trata de delirantes alucinaciones, sabe que el mundo no está completo sin ellas.
Es la utopía lo que da sentido a la vida y a los deseos de cambio cada principio de año. La utopía consuela al desencanto y provoca la serena paciencia de no darlo todo por perdido y de continuar esperando en que lo mejor todavía es posible.
Que 2006 nos encuentre esperanzados en un futuro mejor con una voluntad utópica y una dosis de suficiente desencanto. Siempre es posible que la realidad se vuelva a favor y alcancemos la tierra prometida, y en todo caso, como diría el Caballero de la Mancha “paciencia y barajar”.

lunes, febrero 27, 2006

Fin de semana

Este fin de semana me compré el libro “Amor líquido” de Zygmun Bauman. No leí más que unas páginas del comienzo, pero creo que este sociólogo polaco me cae bien. Quizás, el contexto de mi fin de semana no haya sido el más adecuado para comenzar a leer un libro sobre la fragilidad de los vínculos humanos. Y no se refiere el autor a los vínculos de familia o de amistad, sino que trata sobre el amor de pareja, el llamado “eros”. Justamente, tal vez, la razón de mi adquisición haya sido la nueva desilusión que deberé incluir en mi lista de desengaños amorosos cuando haya podido terminar de digerir los hechos.

Suelo preguntarme en qué parte de mi vida anterior pude haberme equivocado. Y no me refiero a mi vida anterior como una reencarnación permanente, sino a los años que corren desde que nací hasta la actualidad. Específicamente, al período que se inició alrededor de los 15 años en adelante. En unos meses (unos cuantos) cumpliré 29. Me asombra que ciertos recuerdos puedan tener más de 10 años de vida en la memoria, de hecho, ayer caí en la cuenta de que mi sobrino ahijado cumplirá, unos días después que yo, su primera década. Él también tiene recuerdos.

Todavía tengo presente la sensación que experimenté cuando iba a cumplir 10 años. Reflexionaba acerca del concepto de década… Claro, porque una cosa es cumplir 7, 8 ó 9 años y otra muy distinta es cumplir una década. El año que viene cumpliré mi tercera década. Cuando era chica solía pensar en este futuro como un período incierto lleno de sorpresas y buenas noticias. Una vez más, como en otras cuestiones, la vida sorprende. Y no porque se hayan producido cambios inesperados, sino, al contrario, porque esos cambios nunca llegaron, no los positivos, al menos.

Inesperadamente, Mechi se enfermó y todavía no sabemos a ciencia cierta la razón de sus alucinaciones y desvaríos. Inesperadamente también, dejamos de salir con el sujeto con el que salía. Al parecer, él no se sentía al “100%”… todavía intento comprender el asunto de los porcentajes y trato de descifrar el significado de “estar enloquecido”. Será que las mariposas en la panza siempre estuvieron proscriptas de mi personalidad. Me da pena porque estaba enganchada y ahora no está más. Y ahora, hay que volver a empezar.

¡Qué idea ingenua la del progreso indefinido! ¿Quién dijo que mañana será mejor? Mi abuelo solía repetir esta frase frente a cualquier saludo amistoso del tipo “¿cómo está?”, “mejor que mañana”, decía… Y aunque el concepto es del todo negativo, no lo veo demasiado errado. Siempre se puede estar peor, cuando creemos que no podremos tolerar un dolor, siempre lo terminamos tolerando. Cuando estamos convencidos de que dejaremos respirar frente a ciertos hechos, nos sorprendemos respirando, comiendo y yendo a trabajar. ¿El umbral del dolor humano? Infinito. Ya lo dijo Andrés Calamaro “no se puede vivir del amor”.

martes, febrero 21, 2006

Sentido

Si no se cree en nada, si nada tiene sentido y si en ninguna parte se puede descubrir valor alguno, entonces todo está permitido y nada tiene importancia. Entonces no hay nada bueno ni malo, y Hitler no tenía razón ni sinrazón. Lo mismo da arrastrar al horno crematorio a millones de inocentes que consagrarse al cuidado de enfermos. A los muertos se les puede hacer honores o se les puede tratar como basura. Todo tiene entonces el mismo valor... Si nada es verdadero o falso, nada bueno o malo, si el único valor es la habilidad, sólo puede adoptarse una norma: la de llegar a ser el más hábil, es decir, el más fuerte. En este caso, ya no se divide el mundo en justos e injustos, sino en señores y esclavos. El que domina tiene razón.
No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. La decisión sobre si vale la pena vivir o no... es la más urgente de todas las cuestiones.
Albert Camus