La cifra de los días
No es justo que haya usado este espacio sólo en días tristes. Por eso, escribo nuevamente. Sé que nadie me lee, pero me resulta más sencillo escribir imaginando un público lector a quien pueda dirigirme.
Sin embargo, tampoco puedo afirmar que los días, los de ahora, son alegres. Es que me parece que la creatividad se dispara con la tristeza, depresión, angustia, melancolía y demás términos que definen estados de ánimo opuestos a la alegría. Prefiero no hablar de felicidad, como diría el célebre filosófo César “Banana” Pueyrredón, “felicidad no tienes dueño, hoy conmigo y mañana por allá, felicidad parece un sueño que de a ratos se convierte en realidad, a veces es sólo un espejismo, recién llega ya se va sin avisar…”, no, la felicidad es un estado demasiado pasajero, me gusta más la alegría interior, serena, sin risas ni alboroto.
Pero ni siquiera está la alegría. Este año, contrariamente a mis pronósticos, alcancé casi todos los objetivos planteados en enero (no voy a detallarlos, que esto no es un reality). Y nada. Sigo preguntándome en qué se cifran los días, en qué se va el tiempo (en qué debería irse) que separa el nacimiento de la muerte (en mi caso que todavía no me muero). El sábado intentaba ofrecer una explicación sin fisuras del sentido del hombre según mi fe católica. Creo, pero quiero querer, no creer. Querer. Por supuesto, no convencí a nadie con la explicación racional que, de hecho, intento hacerme a mí misma. Tampoco me convenzo a mí. Los días pasan. ¿Se trata de perder tiempo? ¿De hacer cosas productivas? ¿De entretenerse? ¿De comer, dormir y trabajar? ¿De comprarme ropa? ¿De leer libros? ¿De decorar mi nueva casa? ¿Para qué todo? ¡¿Para qué?!
Sin embargo, tampoco puedo afirmar que los días, los de ahora, son alegres. Es que me parece que la creatividad se dispara con la tristeza, depresión, angustia, melancolía y demás términos que definen estados de ánimo opuestos a la alegría. Prefiero no hablar de felicidad, como diría el célebre filosófo César “Banana” Pueyrredón, “felicidad no tienes dueño, hoy conmigo y mañana por allá, felicidad parece un sueño que de a ratos se convierte en realidad, a veces es sólo un espejismo, recién llega ya se va sin avisar…”, no, la felicidad es un estado demasiado pasajero, me gusta más la alegría interior, serena, sin risas ni alboroto.
Pero ni siquiera está la alegría. Este año, contrariamente a mis pronósticos, alcancé casi todos los objetivos planteados en enero (no voy a detallarlos, que esto no es un reality). Y nada. Sigo preguntándome en qué se cifran los días, en qué se va el tiempo (en qué debería irse) que separa el nacimiento de la muerte (en mi caso que todavía no me muero). El sábado intentaba ofrecer una explicación sin fisuras del sentido del hombre según mi fe católica. Creo, pero quiero querer, no creer. Querer. Por supuesto, no convencí a nadie con la explicación racional que, de hecho, intento hacerme a mí misma. Tampoco me convenzo a mí. Los días pasan. ¿Se trata de perder tiempo? ¿De hacer cosas productivas? ¿De entretenerse? ¿De comer, dormir y trabajar? ¿De comprarme ropa? ¿De leer libros? ¿De decorar mi nueva casa? ¿Para qué todo? ¡¿Para qué?!
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