jueves, septiembre 21, 2006

Alteridad

Cuando abrió la caja, no podía creer lo que veían sus ojos. ¿Cómo conciliar aquella imagen con la propia identidad? ¿De quién eran esos rasgos que, ahora, por fin, lograba contemplar?
Siempre se supo otro, casi como un visitante dentro de sí mismo. Y no se trataba de esa idea que concibe al cuerpo como cárcel del alma. Era una sensación distinta, la de no saberse yo, la de sentirse ajeno al mundo, e incluso, a su propia entidad.
La mirada de los otros lo había salvado hasta ese momento. Hasta que decidió, en esas tardes de humo, angustia y nebulosa, abrir el paquete. La alteridad le había permitido conocer, al menos, una parte de su reflejo. Sin embargo, no le alcanzaba. Anhelaba liberarse de aquella supuesta identidad construida de a retazos. Sin hilo conductor. Trozos violentos de sí mismo. ¿Por qué los demás podían convivir con ellos mismos aún sin conocerse? ¿Sin haber contemplado los rasgos que los definen?
Sabía que la intimidad no sólo se aloja dentro del corazón, las entrañas, o el alma, sino también, en el rostro. Y paradójicamente, ese yo sólo se descubría para el resto. Trastornado por conocer esa parte tan suya de sí, decidió, abrir la caja y contemplar su rostro en la ciudad sin espejos. Sus ojos no podían creer lo que veían.

(mío)