Costumbres de Navidad
Antes que nada, es necesario aclarar que éste no pretende ser uno de esos tantos mensajes que caen en el lugar común de la crítica al espíritu mercantilista de la Nochebuena, ni tampoco una protesta en contra de las cenas familiares que pueden convertirse en verdaderas batallas campales, ni mucho menos un ataque a la expresión de deseos superficiales que aparecen en tarjetas –reales o virtuales-, diálogos con casi desconocidos o festejos varios. Al contrario, este mensaje se propone encontrar un nuevo sentido –positivo, claro- a aquellas costumbres navideñas que suelen criticarse, pero que, por alguna razón, se siguen realizando.
Es cierto, las compras ocupan un lugar central en los festejos con sus lógicos beneficios económicos para quienes venden, pero el hecho de regalar, ¿no es también un acto de amor? Con o sin gusto, el pensamiento acerca de algo lindo, útil o interesante para quienes compartirán la cena de Nochebuena constituye un esfuerzo que implica, necesariamente, un poco de cariño.
Y esto en el peor de los casos porque no es posible sentir una antipatía absoluta hacia todos aquellos con quienes se brindará esa noche. Justamente, esta es otra de las cuestiones. ¿A cuántos, en porcentaje, se preferiría evitar si se pudiera? ¿Pueden ser todos ellos objeto de intolerancia? No. Es un día en el que las personas que se quieren, o no tanto, se unen para celebrar dejando de lado esas conductas que tanto molestan. ¿Y no es ese, acaso, un comportamiento meritorio? Al margen de los roces y las ironías, son pocos los casos de catástrofes sucedidas en la Nochebuena.
Por último, es el turno de los deseos. De paz, de amor, de felicidad, de salud, de dinero, de trabajo. La lista puede ser eterna. Es cierto, no siempre son deseos expresados desde el corazón, sin embargo, al menos, el hecho de mencionarlos provoca sonrisas saludables para todos los mortales. Y, además, siempre son bien recibidos.
En fin, no se trata de conformarse con la mediocridad quitándole el sentido verdadero a la Navidad. Se trata de mirar al otro con ojos magnánimos, de encontrar el cariño escondido en los regalos, en la cena compartida y en los deseos augurados. Se trata de descubrir, quizás en el fondo de los corazones, la esperanza que provoca todo nacimiento.
Es cierto, las compras ocupan un lugar central en los festejos con sus lógicos beneficios económicos para quienes venden, pero el hecho de regalar, ¿no es también un acto de amor? Con o sin gusto, el pensamiento acerca de algo lindo, útil o interesante para quienes compartirán la cena de Nochebuena constituye un esfuerzo que implica, necesariamente, un poco de cariño.
Y esto en el peor de los casos porque no es posible sentir una antipatía absoluta hacia todos aquellos con quienes se brindará esa noche. Justamente, esta es otra de las cuestiones. ¿A cuántos, en porcentaje, se preferiría evitar si se pudiera? ¿Pueden ser todos ellos objeto de intolerancia? No. Es un día en el que las personas que se quieren, o no tanto, se unen para celebrar dejando de lado esas conductas que tanto molestan. ¿Y no es ese, acaso, un comportamiento meritorio? Al margen de los roces y las ironías, son pocos los casos de catástrofes sucedidas en la Nochebuena.
Por último, es el turno de los deseos. De paz, de amor, de felicidad, de salud, de dinero, de trabajo. La lista puede ser eterna. Es cierto, no siempre son deseos expresados desde el corazón, sin embargo, al menos, el hecho de mencionarlos provoca sonrisas saludables para todos los mortales. Y, además, siempre son bien recibidos.
En fin, no se trata de conformarse con la mediocridad quitándole el sentido verdadero a la Navidad. Se trata de mirar al otro con ojos magnánimos, de encontrar el cariño escondido en los regalos, en la cena compartida y en los deseos augurados. Se trata de descubrir, quizás en el fondo de los corazones, la esperanza que provoca todo nacimiento.
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