Sin sentido
Hace meses que no escribo nada… al menos, no en el blog. No me preocupa demasiado porque creo que soy la única lectora de este espacio, pero, a la vez, me gusta mantenerlo actualizado. Es una especie de registro público de mi vida. Siempre pensé que las cosas son cuando se dicen, cuando se comparten con otro, con la alteridad (nunca me gustó la palabra “otredad” que suele escucharse en clases de filosofía y demás). Es decir, un pensamiento sólo comienza a formar parte de la realidad cuando no sólo existe en la propia cabeza, sino en el conocimiento de otro. Quizás por eso me guste escribir cada tanto en mi blog, para hacer realidad algunos pensamientos que me guardo, no todos, claro, hay ciertas reflexiones que prefiero proteger de todas las miradas.
Tal vez la llegada de fin de año, las fiestas, el humor frenético sin sentido de la gente por la calle, el alboroto generalizado me generen la necesidad de escribir sobre mi, de alejarme del ruido del mundo y refugiarme en mis pensamientos. La escritura forma parte de mi vida diaria, soy periodista y no hago otra cosa que escribir la mayor parte del día, pero siempre sobre otros asuntos que, sólo en algunas ocasiones, realmente me interesan. Sigo sin resolver el sentido de tanto sufrimiento, de tanto dolor propio y ajeno… Y necesito con urgencia una explicación. La película no terminó, ya sé, pero es que hace años me siento en una caída libre que, al parecer, no tiene fondo… ni nada.
What if God was one of us
If God had a name, what would it beAnd would you call it to his faceIf you were faced with him in all his gloryWhat would you ask if you had just one question
And yeah yeah God is great yeah yeah God is goodyeah yeah yeah yeah yeah
What if God was one of usJust a slob like one of usJust a stranger on the busTrying to make his way home
If God had a face what would it look likeAnd would you want to seeIf seeing meant that you would have to believeIn things like heaven and in jesus and the saints and all the prophets
And yeah yeah God is great yeah yeah God is goodyeah yeah yeah yeah yeah
What if God was one of usJust a slob like one of usJust a stranger on the busTrying to make his way homeHe's trying to make his way homeBack up to heaven all aloneNobody calling on the phoneExcept for the pope maybe in rome
And yeah yeah God is great yeah yeah God is goodyeah yeah yeah yeah yeah
What if god was one of usJust a slob like one of usJust a stranger on the busTrying to make his way homeJust trying to make his way homeLike a holy rolling stoneBack up to heaven all aloneJust trying to make his way homeNobody calling on the phoneExcept for the pope maybe in rome
Días violentos
Montón de escombros. Cuentas desprendidas de un collar. Así se me aparecen los días. Cada uno de los días que construyen la vida entera. Partes sin conexión. Trozos violentos de ratos supuestamente felices o tristes, según las circunstancias y el estado de ánimo. Me pregunto si alguna vez los escombros formaron una construcción. Si las cuentas se unían en un hilo conductor. O si es que nada más no logro descubrir el sentido que ocultan tras el aparente desorden. Días sin unidad narrativa.
¿De qué están hechos los días? Una respuesta simple con aires de profundidad es la trillada rutina. No me importa la rutina. De hecho, la rutina es parte de cualquier existencia, hasta la de ese supuesto héroe que dejó todo y se puso un bar en la playa. ¿Cuántos días son distintos entre sí? Andar en pata, tomar tragos de colores, echarse en la arena, atender turistas y vender pulseritas hippies. Aunque suene al mejor de los planes, no deja de ser una rutina diaria, una serie de actividades que se repiten, incluso el sábado y el domingo.
No. El problema no es la rutina. El problema es el sentido. Al margen de los trabajos y la diversión, del aburrimiento y la ocupación, lo único que importa, en última instancia, es la razón. ¿Es que hay algo que justifique los sacrificios de los mortales? Aunque seamos el brillo irrepetible de una piedra preciosa, no dejamos de ser un brillo que, tarde o temprano, se apagará. ¿Y después?
Costumbres de Navidad
Antes que nada, es necesario aclarar que éste no pretende ser uno de esos tantos mensajes que caen en el lugar común de la crítica al espíritu mercantilista de la Nochebuena, ni tampoco una protesta en contra de las cenas familiares que pueden convertirse en verdaderas batallas campales, ni mucho menos un ataque a la expresión de deseos superficiales que aparecen en tarjetas –reales o virtuales-, diálogos con casi desconocidos o festejos varios. Al contrario, este mensaje se propone encontrar un nuevo sentido –positivo, claro- a aquellas costumbres navideñas que suelen criticarse, pero que, por alguna razón, se siguen realizando.
Es cierto, las compras ocupan un lugar central en los festejos con sus lógicos beneficios económicos para quienes venden, pero el hecho de regalar, ¿no es también un acto de amor? Con o sin gusto, el pensamiento acerca de algo lindo, útil o interesante para quienes compartirán la cena de Nochebuena constituye un esfuerzo que implica, necesariamente, un poco de cariño.
Y esto en el peor de los casos porque no es posible sentir una antipatía absoluta hacia todos aquellos con quienes se brindará esa noche. Justamente, esta es otra de las cuestiones. ¿A cuántos, en porcentaje, se preferiría evitar si se pudiera? ¿Pueden ser todos ellos objeto de intolerancia? No. Es un día en el que las personas que se quieren, o no tanto, se unen para celebrar dejando de lado esas conductas que tanto molestan. ¿Y no es ese, acaso, un comportamiento meritorio? Al margen de los roces y las ironías, son pocos los casos de catástrofes sucedidas en la Nochebuena.
Por último, es el turno de los deseos. De paz, de amor, de felicidad, de salud, de dinero, de trabajo. La lista puede ser eterna. Es cierto, no siempre son deseos expresados desde el corazón, sin embargo, al menos, el hecho de mencionarlos provoca sonrisas saludables para todos los mortales. Y, además, siempre son bien recibidos.
En fin, no se trata de conformarse con la mediocridad quitándole el sentido verdadero a la Navidad. Se trata de mirar al otro con ojos magnánimos, de encontrar el cariño escondido en los regalos, en la cena compartida y en los deseos augurados. Se trata de descubrir, quizás en el fondo de los corazones, la esperanza que provoca todo nacimiento.
La cifra de los días
No es justo que haya usado este espacio sólo en días tristes. Por eso, escribo nuevamente. Sé que nadie me lee, pero me resulta más sencillo escribir imaginando un público lector a quien pueda dirigirme.
Sin embargo, tampoco puedo afirmar que los días, los de ahora, son alegres. Es que me parece que la creatividad se dispara con la tristeza, depresión, angustia, melancolía y demás términos que definen estados de ánimo opuestos a la alegría. Prefiero no hablar de felicidad, como diría el célebre filosófo César “Banana” Pueyrredón, “felicidad no tienes dueño, hoy conmigo y mañana por allá, felicidad parece un sueño que de a ratos se convierte en realidad, a veces es sólo un espejismo, recién llega ya se va sin avisar…”, no, la felicidad es un estado demasiado pasajero, me gusta más la alegría interior, serena, sin risas ni alboroto.
Pero ni siquiera está la alegría. Este año, contrariamente a mis pronósticos, alcancé casi todos los objetivos planteados en enero (no voy a detallarlos, que esto no es un reality). Y nada. Sigo preguntándome en qué se cifran los días, en qué se va el tiempo (en qué debería irse) que separa el nacimiento de la muerte (en mi caso que todavía no me muero). El sábado intentaba ofrecer una explicación sin fisuras del sentido del hombre según mi fe católica. Creo, pero quiero querer, no creer. Querer. Por supuesto, no convencí a nadie con la explicación racional que, de hecho, intento hacerme a mí misma. Tampoco me convenzo a mí. Los días pasan. ¿Se trata de perder tiempo? ¿De hacer cosas productivas? ¿De entretenerse? ¿De comer, dormir y trabajar? ¿De comprarme ropa? ¿De leer libros? ¿De decorar mi nueva casa? ¿Para qué todo? ¡¿Para qué?!
Hogar
Esta es mi nueva casa...
Alteridad
Cuando abrió la caja, no podía creer lo que veían sus ojos. ¿Cómo conciliar aquella imagen con la propia identidad? ¿De quién eran esos rasgos que, ahora, por fin, lograba contemplar? Siempre se supo otro, casi como un visitante dentro de sí mismo. Y no se trataba de esa idea que concibe al cuerpo como cárcel del alma. Era una sensación distinta, la de no saberse yo, la de sentirse ajeno al mundo, e incluso, a su propia entidad. La mirada de los otros lo había salvado hasta ese momento. Hasta que decidió, en esas tardes de humo, angustia y nebulosa, abrir el paquete. La alteridad le había permitido conocer, al menos, una parte de su reflejo. Sin embargo, no le alcanzaba. Anhelaba liberarse de aquella supuesta identidad construida de a retazos. Sin hilo conductor. Trozos violentos de sí mismo. ¿Por qué los demás podían convivir con ellos mismos aún sin conocerse? ¿Sin haber contemplado los rasgos que los definen? Sabía que la intimidad no sólo se aloja dentro del corazón, las entrañas, o el alma, sino también, en el rostro. Y paradójicamente, ese yo sólo se descubría para el resto. Trastornado por conocer esa parte tan suya de sí, decidió, abrir la caja y contemplar su rostro en la ciudad sin espejos. Sus ojos no podían creer lo que veían.(mío)